La vida es compleja, a veces.
Muchas otras,
la hacemos nosotros
porque no somos conscientes
de ella misma.
Hoy hablamos de aceptar el paso de la vida y el fin de la misma.
No siempre estamos preparados para lo que nos viene. Para el reencuentro con las despedidas, a través de la muerte.
Y es que seguimos sin ver más allá, que nuestro propio dolor, sea este justiciero o, a capricho con el propio destino.
Un poder extraño de quién se cree más, que la propia vida de quien se va.
Dejar ir al cuerpo que ya no tiene vida, si se trata de algún menor, de alguien que creemos, aún apenas ha vivido, o si por cercanía se aproxima demasiado a nuestro entorno, es algo a lo que no estamos acostumbrados. No hemos aprendido a despedirnos, a decir, hasta otro momento allá dónde nos encontremos en otros tiempos…
Abrazar la muerte como ese hecho, de Regresar al Hogar en Dios, algo que aún, según quiénes seamos los que estemos en esas tesituras, no comprendemos, o no queremos ver.
Aprender a amar, sabiendo que en cualquier momento, todos nos iremos.
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